martes, 20 de marzo de 2012

Discípulos al Servicio de la Vida

(Lectura de Aparecida 347-364)

Jesucristo nuestro Señor ha venido al mundo para participarnos su vida divina, y de esto somos conscientes desde el anuncio kerigmático, allí reconocemos el Amor que Dios nos tiene y se nos invita a dar nuestra respuesta de fe.  De manera real y concreta esto sucede también en el Bautismo, allí no sólo se nos purifica del pecado sino que renacemos a una vida nueva incorporados a una comunidad de discípulos.

Muy bien, la anterior es la base de la reflexión, ahora ponemos nuestra mirada en el actuar de Jesús.  Él tuvo una vida al servicio de la vida, y lo hacía muy concretamente, de esto tenemos muchos ejemplos: se acerca al ciego de nacimiento, dignifica a la samaritana, sana a los enfermos, alimenta al pueblo hambriento, libera a los endemoniados, come con pecadores, toca leprosos, recibe a una mujer prostituta para que unja sus pies y recibe a Nicodemo para invitarlo a nacer de nuevo.  Invita a la reconciliación, al amor, al servicio. Jesús se pone al servicio de la vida con acciones concretas, lo podemos contemplar con cuánta amabilidad y paciencia se acerca a cada necesitado, y aún más, llega al colmo de dar su propia vida en la cruz, realmente no se guarda nada para sí mismo, por la vida da la vida y toda la vida, Él que es la plenitud de la vida.

Ese actuar de aquél a quien hemos hecho y proclamado Señor de nuestra vida nos exige hacer lo mismo, nos exige renunciar a muchas cosas, en todas las áreas (tiempo, trabajo, dinero...) siempre al servicio de la vida.

En pocas palabras: mi fe tiene, necesariamente, que verse reflejada en un servicio concreto a la vida, mi fe me exige entregar mi vida.  Sólo dándola es que se acrecienta la vida.  Y la propuesta es hacerlo al estilo de Jesús: con cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social.

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