sábado, 24 de septiembre de 2011

Obediencia

Llevo algunos meses en el ministerio sacerdotal y en estos últimos días estoy haciendo una relectura de lo que siento, de lo que soy, de lo que se me pide.  La experiencia más inmediata es la de la obediencia como forma de permitirle a Dios realizar su voluntad entre nosotros.  El ser humano camina hacia la libertad, lo cual vemos palpable en los jóvenes que en su rebeldía mal pretenden verse libres de dominaciones; pues esa misma búsqueda de libertad experimento yo, y de alguna manera me crea resistencia para realizar lo que el Obispo me pide, al igual que para realizar lo que la Palabra de Dios me pide o mi párroco.

Cuando me he enfrentado a lo que yo quisiera hacer, negándolo, para hacer lo que se me pide, he podido experimentar una libertad mayor.  Esto me ha permitido pensar que la obediencia es un verdadero camino de salvación, es decir, de liberación.  Me he sentido metido en el misterio de lo que nos muestra la Revelación, de cómo por ejemplo la Virgen María acoge la Palabra venida del Señor, sin entenderla, pero en humildad diciendo sí.  Algo así es lo que he hecho, no mirándome a mí digo que sí, no como resignación, sino mirando hacia arriba, también con esperanza, con el deseo de ver al Señor, de que su amor, que es tan cierto, se manifieste en la certeza de mi realidad próxima.

Vale la pena enfrentarme a mí mismo, vale la pena negar mi voluntad, como Cristo en la Cruz, para que la bondadosa Voluntad del Padre se manifieste, no importa que yo no lo entienda o no lo quiera.

Desobedecer es renunciar a lo que se me pide, en cambio obedecer es asumir, y sabemos muy bien que sólo lo que es asumido es redimido.  Demos gracias a Dios que asumió nuestra naturaleza para redimirnos a través de la obediencia...